martes, 1 de julio de 2014

La copa de Licurgo

     Es una preciosa e interesante copa del siglo IV de nuestra era. Presenta unas medidas aproximadas de 16 cm de altura y 13 cm de ancho. Conservada en el Museo Británico desde la década de 1950 es, posiblemente, la pieza de este tipo más preciada que nos ha legado la civilización romana y, desde luego, la única que presenta la curiosa propiedad que veremos más adelante. Los arqueólogos piensan que se elaboró en la región del Lazio en el centro de la península itálica. Otros apuntan a la ciudad de Alejandría en el norte de Egipto como lugar más probable de su fabricación. Pero lo que sí es cierto, es que no se sabe nada de ella hasta 1845.

     Está elaborada con un vidrio dicroico, es decir, cambia de color según la incidencia de la luz. Si ésta se refleja sobre ella, la vemos de color verde jade y si el foco lo ponemos detrás, de modo que la luz la atraviese, la veremos de color rojizo. Imaginemos lo que deberían pensar los romanos cuando presenciasen este misterioso efecto lumínico, ¿magia?, sin tener los conocimientos físicos necesarios para poder explicar este fenómeno que, por otra parte, se han hecho esperar hasta la segunda mitad del siglo XX.
     ¿Cómo consiguieron los artesanos romanos este efecto dicroico? Resulta evidente que sabían cómo hacerlo, que fue una característica buscada en la elaboración de ciertos objetos de vidrio que lamentablemente no han llegado hasta hoy. Descubrieron que si añadían al vidrio diminutas partículas de oro y plata en una determinada proporción, que debía de ser exacta, se conseguía esta propiedad óptica de cambio de color. La copa tiene una composición química similar a otros vidrios de época romana: sílice, sosa y cal; 0,5 de manganeso y otros elementos en trazas; y como he dicho anteriormente, cantidades mínimas de plata, concretamente 300 partes por millón y 40 partes por millón de oro. Cuando la luz incide en estas nanopartículas de entre 50 y 100 nanómetros*, excitan su nube electrónica, y este movimiento de los electrones, provoca el color verde de la copa como consecuencia de las partículas de plata y el rojo de las de oro. Por otra parte, el antinomio utilizado en una proporción del 0,3% es el agente reductor necesario para que se formen las nanopartículas, que el análisis de rayos X determinó que su composición en plata y oro era en una relación de 7:3, también es indispensable obtener la temperatura alcanzada para moldear el vidrio y, por último, una atmósfera adecuada en el lugar donde se desarrolla el proceso. Todo ello, según un artículo de J.M. Oliva Montero. En fin, y para no extenderme más, aquí tenemos un ejemplo de lo que se puede conseguir cuando la ciencia y el arte se dan la mano. 
  
     En cuanto al tema que representa, lo obtiene de una leyenda de la mitología griega, en la que narra la agresión que sufre una de las ménades del dios del vino Dionisos, por parte del mítico rey de Tracia Licurgo. Ésta solicita la ayuda de la diosa Gea, convirtiéndola en una planta de vid y, de esta manera, aprovechó las ramas que posee este arbusto para enredar y capturar al malvado rey (justo el momento que elige el artesano para representar en la copa), y finalmente matarlo. Hay que advertir, que tanto el pie, como el borde de la copa hecho en bronce dorado, son una añadidura posterior, concretamente del año 1800, y guardan una perfecta correspondencia con la antigua decoración de hojas de vid caladas.
*Un nanómetro es una unidad de longitud que equivale a 10 elevado a -9 metros, es decir, a la millonésima parte de un milímetro.
      R.R.C.