sábado, 1 de febrero de 2014

José y los sueños del faraón

     Uno de los personajes más populares del Génesis (primer libro de la Biblia) es, qué duda cabe, José.  Hijo del patriarca Jacob y su esposa Raquel, ocupaba el puesto número once de un total de doce hermanos, todos ellos varones. Por él, su padre siempre mostró una gran predilección, lo que le valió la envidia del resto, salvo de Benjamín, el hijo menor y de la misma madre que José. Los otros diez eran hermanos sólo por parte de padre. Para deshacerse de él, los mayores decidieron venderlo a unos mercaderes de esclavos que se dirigían a Egipto, y engañar a su progenitor contándoles la historia de que había sido devorado por una fiera, no pudiendo hacer nada para evitarlo. La fortuna, al final, se puso de parte de José en esa tierra extraña en donde alcanzó el puesto de visir real, sólo por detrás del faraón. Se casó con una egipcia, que le dio dos hijos varones y tuvo una vida feliz y próspera, después de haber conocido anteriormente la esclavitud y la cárcel. No abandonó Egipto hasta su muerte y siempre se mantuvo fiel y confiado a su Dios.
     La historia que nos narra el Antiguo Testamento sobre este personaje es una “novela” didáctica, con un trasfondo real verosímil, en opinión del exégeta García Cordero; vendría a ser una historia providencialista que pudo surgir en Jerusalén en tiempos de Salomón, allá por el siglo X antes de J.C. con propósitos moralizantes, en la cual las virtudes del protagonista se ponen de manifiesto. Convirtiéndose en un modelo para las nuevas generaciones de virtud y de sumisión a la voluntad de Dios, el verdadero motor de la historia, con designios salvíficos para el pueblo elegido. Hay quien ha señalado a José, como el personaje que tiene más paralelismos con Jesucristo de todos los que aparecen en la Biblia.
     Además de lo expuesto, la faceta por la cual se le conoce más a José es su habilidad a la hora de interpretar los sueños, tanto los propios como los ajenos; y los más importantes, pues de ellos dependía el futuro de Egipto: los del faraón, aunque él siempre atribuye a Dios esta facultad. Puedo adelantar que, todos los sueños que descifra tienen en común el hecho de presentarse como anuncios anticipados de lo que va a ocurrir, como así sucedería.
     Casi al comienzo de la historia de José, ya tuvo un sueño que trasmite a sus hermanos, en el cual aparecían todos atando gavillas en el campo, y sólo la suya se levantaba y se mantenía derecha, mientras que las de sus hermanos se inclinaban hacia la de José. Éstos, se enfurecieron contra él, porque interpretaron que reinaría sobre ellos, o que los tendría dominados. No iban mal encaminados, pues más adelante así ocurriría. Volvió a tener otro sueño complementario al aquí expuesto. En esta ocasión, el Sol, la Luna y once estrellas se inclinaban ante él. En este caso, además de a sus hermanos, se lo contó a su padre; y fue su progenitor quién se lo recriminó, ya que el mismo, su madre y sus hermanos se inclinarían ante él. Estos últimos aumentaban su odio hacia José, mientras que su padre reflexionaba.
     Mientras se encontraba en la cárcel en Egipto, por la falsa acusación de la mujer de Putifar, se le presentó la ocasión de interpretar acertadamente dos sueños que habían tenido antiguos sirvientes del faraón, y que también estaban presos. El jefe de los coperos le contó que había soñado que tenía una cepa, y que en ella había tres sarmientos, que nada más echar yemas florecían enseguida, y maduraban las uvas en sus racimos. Él exprimía aquellas uvas en la copa del faraón, y ponía la misma en su mano. José le dijo: los tres sarmientos son los tres días que faltan para que el faraón te reponga en tu antiguo puesto, y volverás a poner la copa en su mano. Como así ocurrió. El jefe de los panaderos le contó el suyo, y le expone: que sobre su cabeza había tres cestas de pan. En la superior había de todo lo que come el faraón de panadería, pero los pájaros se lo comen de la cesta. José le responde, que las tres cestas también son tres días, y una vez que pasen lo ahorcarán y los pájaros se comerán su cadáver. Y, al igual que en el sueño anterior, así ocurrió.
     Ahora vienen los sueños más interesantes: los del faraón, pues de su interpretación, como ya sabemos, depende el destino de toda una nación. En el primer sueño que refiere a José, aparecen siete vacas hermosas y gordas que se pusieron a pacer a orillas del Nilo, pero detrás de ellas aparecen otras siete de mal aspecto y flacas, que terminan comiéndose a las gordas. A continuación, tiene otro sueño, en el que siete espigas lozanas y buenas fueron devoradas por otras siete flacas. Bien, ningún mago de Egipto fue capaz de saber que significaban esos sueños. José compareció ante el faraón y le contó ambos sueños. El hebreo los interpretó como si de uno solo se tratara, informando al faraón que las siete vacas gordas, o las siete espigas hermosas, anunciaban siete años de abundancia para Egipto, a los que seguirían otros siete de escasez, como simbolizaban las vacas flacas o las espigas marchitas. Para José, lo que Dios va a hacer se lo ha mostrado al faraón en sueños, y por eso le aconseja poner en el gobierno del país un hombre sabio que sepa afrontar la situación. Para hacer frente a tal desafío nombra a José visir de Egipto, tan solo por debajo del propio faraón. Contaba con una edad de treinta años cuando alcanzó tan alto rango. Su Dios, en el que siempre confió, nuca le abandonó y colmó de dicha a José hasta el final de sus días.
     Una vez expuestos los sueños y su correspondiente interpretación, considero harto interesante, la lectura que hace del lenguaje onírico el narrador de este episodio bíblico, que pone en boca de José, o en sus propios sueños, una lógica interpretativa de lo más actual. El propio Jung, uno de los mayores expertos en psicología analítica del siglo XX, o el ya mencionado Erich Fromm, destacado psicoanalista y psicólogo social fallecido en 1980, no tendrían inconveniente en aceptar; ya que ambos admiten la posibilidad de que, cuando soñamos, nos podemos dar cuenta de cosas que nos han pasado desapercibidas cuando estábamos despiertos. El faraón pudo tener noticias informado por sus asesores, o alguno de ellos, de que había indicios que presagiaban cambios negativos y, posiblemente, la etapa de prosperidad que vivía Egipto en esos momentos se podría revertir. Respecto al hecho de ser siete el número de años de abundancia o de escasez, parece evidente que se trataría de un número simbólico. Luego, existiría en el ambiente de la corte, la intuición de ese cambio, que el faraón no terminaba de reconocer en estado de vigilia y sólo fue capaz de concretar por medio del lenguaje típico de los sueños. En este caso, podemos asegurar que el faraón fue más inteligente dormido (en sueños) que despierto.      
     El significado de los sueños es algo que desde el comienzo de la civilización ha preocupado al hombre a lo largo de la historia. Pensadores de las diferentes culturas se han interesado e incluso investigado sobre este tema. Ya que estamos ante una narración del pueblo judío, no viene mal recordar que, para El Talmud, que es una obra que recoge las discusiones de los rabinos sobre leyes judías, costumbres, historias, tradiciones y leyendas: “Un sueño que no ha sido comprendido es como una carta que no ha sido abierta”.  Para entender un poco mejor como se ha manejado este tema a lo largo de la historia, baste este breve recorrido:
     En las culturas orientales más antiguas los sueños eran mensajes enviados a los hombres por los dioses. Precisamente, el tema que nos ocupa sería un buen ejemplo, ya que el Dios de José envía al faraón los sueños expuestos para advertirle de lo que va a ocurrir y tome precauciones. Sin embargo, otras interpretaciones llevadas a cabo en la India y en Grecia le atribuían al lenguaje onírico la función de pronosticar y diagnosticar enfermedades.
     Para Sócrates, los sueños representan la voz de la conciencia, por lo tanto, tenemos que tomarlos en serio y observarlos, tal y como sostiene en Fedón, escrito por Platón. En contraste con su admirado maestro, la teoría de Platón es casi una anticipación de lo que mucho tiempo después propondría Freud, el fundador del Psicoanálisis, ya que considera los sueños como la expresión de nuestra parte más irracional (el Ello de Freud). Mientras tanto, Aristóteles destaca la naturaleza racional de los mismos, pues supone que mientras dormimos podemos advertir con más claridad nuestro estado corporal, pero no siempre ocurre así, y que no todos los sueños tienen significado.
     En la cultura romana, Lucrecio sostiene que los sueños se ocupan de aquellas cosas que nos interesan durante el día, o de las necesidades corporales que luego el sueño nos las satisface. Más completa, me parece a mí, la teoría de interpretación onírica  que propone Artemidoro en el siglo II y que tuvo gran influencia en la Edad Media. Llegó a distinguir cinco clases de sueños que tienen distintas propiedades. Destacaré dos: en primer lugar, llama sueño al que descubre la verdad bajo una figura encubierta, precisamente como los que tuvo el faraón; en segundo lugar, denomina oráculo, a aquel sueño que nos advierte o nos revela un ángel mientras dormimos, como le ocurrió a San José, el esposo de la Virgen, cuando un ángel enviado por Dios le informa mientras duerme, que María se encuentra embarazada del Espíritu Santo. Bueno, de Cicerón, mejor ni hablar, pues para él, los sueños no merecen ningún crédito ni respeto. La voz del escepticismo más completo.
     En tiempos de Jesús, en Jerusalén, el rabino Jisdá afirmaba que todos los sueños tenían significado, excepto los provocados por el ayuno. Los autores del Talmud suponen que ciertos tipos de sueños nos pueden ofrecer un pronóstico que se cumple, entre otros, aquellos que se repiten. Tengo que advertir, que para la psicología moderna los sueños que se repiten son de una gran relevancia en la vida de la persona que los tiene.
     En el siglo IV podríamos destacar al discípulo predilecto de Hipatia: Sinesio de Cirene cuando escribe: que unos con lecciones son ilustrados; mientras otros, por el sueño son inspirados. Los sueños serán al mismo tiempo verdaderos y oscuros, y aún en su oscuridad, residirá la verdad.
     En la Edad Media, la línea que se sigue en la interpretación onírica es parecida a la época clásica. Judíos como Maimónides propone que se debe separar la parte racional del sueño de su velo simbólico. Santo Tomás de Aquino señala cuatro clases distintas de sueños, y que ciertos sueños son enviados por Dios.
     Ya en tiempos más modernos, Hobbes afirma con gran acierto por su parte, que todos los sueños son consecuencias de estímulos somáticos, como prueba el hecho del gran consenso que ha suscitado hasta hoy. Voltaire no cree que los sueños profeticen, pero admite que a menudo hacemos uso durante el sueño de nuestras facultades más elevadas. Kant opina de una manera similar. Tampoco aceptaba que en los sueños tengamos inspiraciones sagradas. Pero también decía, que las ideas que tenemos durmiendo pueden ser más claras que cuando estamos despiertos. Goethe afirma que nuestra capacidad racional aumenta durante el sueño. Emerson reconoce que nuestro carácter se refleja en los sueños y, sobre todo, aquellos aspectos que no aparecen en la conducta observable. Al igual que vemos el carácter de los demás, a menudo podemos predecir acciones futuras. Bergson, al igual que Nietzsche, cree que los sueños tienen su origen en estímulos somáticos, pero difiere de él, en que esos estímulos no deben ser interpretados por los anhelos y las pasiones dominantes que poseemos.
     Capítulo aparte merecería la obra de Freud, pero desbordaría esta entrada. Tan solo me limitaré a decir qué para el padre del psicoanálisis, los sueños son realizaciones de deseos inconscientes, muchos de ellos sexuales, que durante la vigilia no hemos podido satisfacer, es decir, el sueño nos da lo que la realidad nos niega, además, se da rienda suelta a los sentimientos más oscuros y reprimidos por nuestra conciencia moral. Otros como Jung piensan que todos los sueños son revelaciones de una sabiduría superior. Pero otros muchos especialistas, como el ya mencionado Erich Fromm, por ejemplo, proponen que en los sueños participan las dos características del hombre: la irracional y la racional. Y la interpretación de los sueños consistiría en averiguar, cuándo exponemos lo peor de nosotros mismos, o bien, lo mejor y más elevado moral e intelectualmente.
      R.R.C.

                                                               La copa de José
P.D. El cap. 44 del Génesis nos informa de otra habilidad que tenía José: adivinar lo que iba a suceder utilizando una copa de plata de su propiedad, que no solo utilizaba para beber, sino para ver el futuro en ella, probablemente, llenándola de agua o añadiendo algún producto a la misma, aceite, por ejemplo. Pero a diferencia de cuando José interpretaba sueños con la ayuda de Dios, este asunto de la adivinación parece estar más relacionado con la magia que con la religión.
      R.R.C.