miércoles, 27 de febrero de 2013

ARISTODEMO

    
Soldado espartano del siglo V a. C.

      Los libros de Herodoto están llenos de anécdotas individuales, que dotan a sus narraciones de interés haciéndolas más humanas, no mermando por eso su credibilidad, más bien al contrario. Una de estas historias personales se refiere al hoplita (soldado) espartano que luchó en las Termópilas  bajo el mando de su Rey Leónidas, se llamaba Aristodemo, y tuvo la mala suerte de no morir allí con el resto de sus compañeros en su heroico enfrentamiento con el ejército persa. Sobre esta batalla y su significado ya hay escrita una entrada en este blog en diciembre de 2011, si el lector lo desea, puede consultarla y tener una visión más amplia de lo que aquí se dice.

     De los 300 espartanos que acudieron al famoso paso no murieron todos, lo hicieron 298, dos se libraron, entre los que estaba nuestro hombre que no participó en la batalla final por encontrarse herido. Un problema ocular que le hizo perder mucha visión impidió que pudiese poner todo su empeño en el campo de batalla, y prefirió reservase para otra ocasión, cuando ya estuviese recuperado de sus heridas y listo para entrar en combate, ya que, tal y como estaba la situación en esos momentos en Grecia, con los persas allí, no tardaría en presentársele otra oportunidad en donde demostrar su valentía y su disposición a dar la vida por su patria.

     Aristodemo nació entre los años 520 y 515 antes de C. en Esparta. Su nombre era el idóneo para ser un buen soldado. Significa “el mejor de la gente”. Recién nacido ya tuvo que superar el reconocimiento que le hacían a todos los niños al nacer, si le hubiesen encontrado algún defecto lo habrían liquidado, dejándolo abandonado en un barranco de un monte cercano a Esparta llamado Taigeto. Cuando cumplió la temprana edad de cinco años fue apartado de sus padres para empezar con la agogé, el duro sistema de educación al que eran sometidos todos los niños considerados aptos para servir al estado lacedemonio (como se conocía Esparta en griego) como soldados. Su nuevo hogar era un barracón que compartía con otros niños de su edad, a los que se le sometía a una férrea disciplina, y a malas penas se le alimentaba; incluso tenían la necesidad de robar comida para poder sobrevivir. Sus jefes no veían mal esta situación, pues eso les hacía “espabilar” y ganar en autonomía, pero siempre y cuando no fuesen sorprendidos cogiendo comida; si esto ocurría, eran sometidos a un duro castigo. Se cuenta la anécdota de un niño espartano que fue retenido por un hombre, con un zorro que no era de su propiedad para poder comer. Al verse descubierto lo escondió bajo su capa y el animal royó su estómago, pero el valiente niño ni gritó ni derramó una sola lágrima por miedo a revelar su presa, incluso llegó a morir de las heridas antes que ser descubierto. Aunque es una leyenda sin confirmar, nos indica la severidad y dureza del sistema educativo espartano. Cuando cumpliese 20 años abandonaría este grupo inicial, y siempre con el visto bueno de sus superiores, entraría a formar parte de los Iguales, los ciudadanos libres de su patria.

     Pero antes, con tan sólo diez años tenía que participar en duras competiciones contra el resto de sus compañeros. Siguiendo al autor Philip de Souza, debía realizar pruebas continuas de lucha, atletismo, canto y baile, donde se premiaba a los mejores y se decidía quién podía pasar al siguiente estadio de la agogé. En su formación también era muy importante recitar de memoria a Tirteo, al que podríamos considerar poeta nacional de Esparta, que no era Gustavo Adolfo Béquer precisamente, ya que su poesía trataba de infundir ánimo, valentía y amor a la patria. Un poema suyo muy conocido dice como sigue: “Que cada hombre se plante firme, arraigado al terreno con ambos pies, se muerda los labios y aguante”, como vemos, romanticismo hay poco. Para endurecerlos aún más, los jóvenes iban descalzos y con poca ropa para protegerse de las inclemencias del tiempo.

     El sistema de educación trataba de conseguir hombres fuertes y sanos, dispuestos a dar su vida sin vacilar por un compañero, o lo que es más importante: por la patria. Así fue educado Aristodemo, superando todas las etapas de este duro sistema, cuya última tarea consistía en matar con tus propias manos a un ilota (esclavos-criados del Estado, y que éste cedía a los ciudadanos libres: los Iguales). Así pues, nuestro protagonista pasó con éxito todas las pruebas y se integró en el “grupo de ciudadanos”, que le permitía formar parte del glorioso ejército espartano, cuyos componentes tenían una edad de veinte a cuarenta años.

     Cuando contaba con unos 25 años Aristodemo se casó, probablemente, con una mujer cinco años más joven que él. Si siguió la costumbre, más o menos arraigada, con el objetivo de tener hijos para continuar con la estirpe, ya que, continuó  viviendo en los barracones con sus camaradas, y hasta los 30 años no se fue a vivir con su mujer y su familia, pues ya era un ciudadano de pleno derecho; después de haber cumplido un servicio militar obligatorio de veinticinco años. Con la invasión de Grecia por parte de los persas en el 480 antes de C., le llegó la oportunidad de demostrar su valía, cuando fue seleccionado por Leónidas junto con 299 hombres más como integrantes de su guardia personal, para ir a enfrentarse a los invasores en el estrecho de las Termópilas, unos 300 kilómetros al norte. Es lógico suponer, que para  Aristodemo fue un gran honor ser elegido para esta misión, por cierto, con pocas posibilidades de éxito.

     Una vez en la Termópilas y siguiendo el libro séptimo de Herodoto, la mejor fuente que tenemos para saber lo que ocurrió en su enfrentamiento con los persas, los espartiatas no murieron todos. Sucumbieron en los enfrentamientos y bajo las flechas enemigas 298, se libraron dos, uno de ellos  Aristodemo que se encontraba malherido como ya sabemos, con un problema ocular que, prácticamente, le impedía ver. Recibió la orden de Leónidas, junto con otro compañero que padecía el mismo problema, que abandonara el campo de batalla. Aristodemo tuvo  mala suerte, porque otro compatriota, Eurito, al tener noticias de la maniobra envolvente del enemigo, pidió a su ilota que lo llevase al campo de batalla para morir junto a sus compañeros, cosa que no hizo Aristodemo, prefiriendo reservarse para otra ocasión regresando a su patria, junto con otro compañero que se encontraba en una misión diplomática en Tesalia, encomendada por Leónidas y que también se perdió la hazaña.

     Una vez de regreso a Esparta, ambos combatientes fueron acusados de no querer entrar en combate, que Pantites retrasó a posta su regreso a las Termópilas, una vez cumplida la misión que le alejó de sus compañeros. No pudo soportar la presión a la que fue sometido en su tierra y terminó ahorcándose. Aristodemo tuvo en su contra que otro soldado en su misma situación si entró en combate y, por lo tanto, él también podía haber hecho igual, y si no lo hizo, dedujeron que fue por cobardía y no por cumplir una orden de Leónidas, que le mandó abandonar. Tembloroso le llamaron en Esparta, lo peor que le podían decir a un soldado, que cuando salían a combatir lo hacían con el siguiente mandato: vuelve con tu escudo con la victoria, o sobre él en la derrota, es decir, la muerte antes que la rendición. Así que, al pobre Aristodemo nadie le dirigía la palabra, nadie le daba fuego, nadie le miraba, el vacío era total, y menos aún, nadie hubiera querido tener un hijo de él, aunque probablemente ya tenía uno antes de ser reclutado por Leónidas, pues previniendo que iban a morir, los eligió con un descendiente varón, para que no se terminase la descendencia de esos valerosos hombres.

     Por fin llegó el momento que Aristodemo tanto deseaba para poder limpiar su honor y el de su familia, y demostrar que era tan valiente como el que más. Ahora, bajo el mando del regente espartano Pausanias, pues el hijo de Leónidas, Plistarco, era un niño todavía. Pidió que le pusiesen en primera fila, para enfrentarse a los persas en la próxima batalla que estaba a punto de darse en la llanura de Platea, en el 478 a. de J.C. Tan deseoso estaba de probar su valentía delante de sus compañeros, que cuando estuvo cerca del enemigo abandonó la formación de falange, pues los espartanos avanzaban todos juntos como una pared que se movía, y así se protegían mejor unos a otros, pero se volvió loco por toda la presión que había soportado. Se lanzó contra ellos él solo y murió luchando, no sin antes, matar a unos cuantos enemigos.

     Pero este proceder no fue valorado por sus compañeros, por haber abandonado la formación sin autorización, por lo tanto, desobedeciendo, y en el fondo, suicidándose, ya que lo que hizo fue un suicidio enfrentándose aislado contra todo el contingente persa. En esta batalla ganada por los griegos, y que fue prácticamente definitiva en la derrota del Imperio Persa, en este, su segundo intento de conquistar Grecia, nos cuenta Herodoto en su libro noveno de historia, que los combatientes espartanos fueron los mejores de entre los griegos. Y con mucho, en opinión de Herodoto, el mejor de todos había sido Aristodemo. Sin embargo, los espartanos no lo consideraron así, para ellos fueron otros los que sobresalieron en esta crucial batalla como: Posidonio, Filoción y Amonfáreto. No obstante, cuando se abrió la discusión sobre cuál había sido el más bravo, los espartanos presentes reconocieron que Aristodemo, que quería morir por la imputación que le perseguía había ejecutado grandes proezas, y que Posidonio, que no quería morir, se había mostrado valiente: por lo cual, éste último era el mejor. Todos recibieron honores menos Aristodemo, en palabras de Herodoto, por culpa de la anterior imputación, y los que decían que Posidonio fue mejor, quizá lo hicieron por envidia.
     ¿Héroe, o villano? Ustedes mismos.
           R.R.C.